Isaías Peter va al primer grado de la Escuela de Frontera N° 617 de El Soberbio.
Este gurí de seis años, que no mide más de un metro de estatura, luce simpáticas pecas. Aunque muy introvertido, se hizo famoso en su escuela por la facilidad que tiene para resolver cálculos matemáticos.
“Todos los compañeros le hacen preguntas en los recreos. Cuando estamos en e grado siempre es el primero en terminar las tareas. Cuando estamos en la hora de lengua, constantemente me está preguntando si están correctos los resultados de alguna cuenta mental que realiza, siempre está pendiente de los números”, contó Cintia Kunkel, su maestra de grado.
Su hermano Matías, que cursa sexto grado, cuenta que “desde muy chiquito le gustaba jugar a las bolitas. A cada bolita le pone un valor, y suma todo el tiempo”.
La casa de Isaías está repleta de frascos con canicas. Muchas las ha ganado en competencias con sus amigos gracias a su rapidez en los cálculos. “Calcula desde que tiene tres años, pero yo no sabía que hacía cuentas tan altas”, dijo su mamá.
La docente explicó que en lo que va del primer grado, los niños apenas aprenden los números del uno al diez.
“Tenemos que llegar al cien, pero son pocos los niños que se largan a sumar mentalmente números de dos cifras. El caso de Isaías es raro porque hace cuentas mentales de dos y hasta tres cifras en un segundo, más de una vez me ha dejado con la boca abierta a mí y a mis colegas”.
Isaías es un caso atípico en un contexto marcado por los elevados índices de deserción escolar y repitencia, fruto de la desigualdad.
Para llegar a la escuela, el pequeño
baja todos los días un enorme cerro de la ciudad de El Soberbio, junto a sus hermanos.
En el recreo una ronda de niños de todos los grados se amontonan para preguntarle el resultado de alguna cuenta y él responde a duras penas, como si la fama comenzara a incomodar al pequeño talento.
No quiere hablar de otra cosa, tiene vergüenza. Pero los ojos se le iluminan ante el desafío de una pregunta “cuánto es 65 más 53”, plantean sus compañeros, poniéndolo a prueba con el ejercicio más dificultoso que se les ocurre.
El chico responde tranquilo y espera que suene la campana para volver a su casa a jugar con sus bolitas. Ese escaso recurso material y un juego tan simple de tingas y cantos ya hace soñar a la comunidad con un futuro brillante.
Fuente: Territoriodigital.com
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