jueves, 29 de mayo de 2025

Una Infancia Marcada por el Silencio en un Infierno Invisible a la Sociedad

En los rincones más humildes de San Vicente y el Alto Uruguay, hay historias que se cocinan a fuego lento, en la penumbra de casas humildes y galpones improvisados. Historias que, por miedo o resignación, rara vez se cuentan. La de Mariano (nombre ficticio) es una de ellas, pero podría ser la de cualquiera de los cientos de jóvenes que hoy cargan con cicatrices invisibles y responsabilidades que no eligieron.

Infancia bajo la sombra del miedo

Mariano tiene 24 años, pero su voz suena cansada. Su historia comienza cuando era apenas un bebé de seis meses. Su madre, tras separarse de su padre biológico, se unió a un hombre que pronto se convertiría en el eje de todos sus tormentos. “Siempre supe que no era mi papá”, cuenta Mariano. Lo que sí fue secreto, o al menos nunca se habló en voz alta, fue el infierno que vivieron él y sus hermanos bajo el techo de ese hombre.

El padrastro, alcohólico y violento, sembró el miedo desde temprano. Los golpes, las amenazas, los insultos, se volvieron parte de la rutina. “Una vez, borracho, me puso un cuchillo en el cuello delante de mi hermano y mi mamá. Nos decía que la culpa era nuestra, que él solo tenía un 40% de responsabilidad”, relata Mariano, con la precisión de quien ha repasado esos recuerdos una y otra vez, intentando encontrarles sentido.

Una madre que dijo basta

La madre de Mariano fue, durante años, el sostén de la familia. Trabajaba, vestía a sus hijos, mantenía la casa (un galpón viejo, frío y húmedo, que apenas protegía del invierno). Pero el desgaste fue demasiado. “Una noche, mi padrastro la llevó al baño y, a la fuerza, le hizo tragar pastillas. Le dijo: ‘Ojalá ahora sí te mueras y me dejes de molestar’”, recuerda Mariano, con la voz quebrada. Esa noche, su madre logró escapar e intentó quitarse la vida. Sobrevivió, pero las secuelas físicas y emocionales la dejaron postrada, con una pierna amputada y el alma hecha trizas.

El abandono y la soledad

Después del intento de suicidio, la vida no mejoró. El padrastro, lejos de asumir responsabilidades, echó a Mariano de la casa. “Sabía que yo podía denunciarlo, que no me iba a callar”, explica. Sus hermanos, menores de edad, quedaron a merced de un hombre que nunca los cuidó. “Mi hermano menor, con apenas 12 años, fue golpeado y humillado. Lo tiró en un tacho de aceite negro un día que estaba muy enojado. Hoy tiene problemas para socializar, le cuesta salir a la calle, se encierra cuando escucha gritos”.

La madre, incapaz de valerse por sí misma, fue internada en un hogar para adultos mayores. Mariano, con apenas 24 años, se hizo cargo de su hermano de 16 hace poco más de un año y ahora vive con él y estudia gracias a su esfuerzo. Su hermana, de 19, está embarazada y convive con su pareja, luchando también con problemas físicos de nacimiento.

La casa que ya no es hogar

Mientras tanto, el padrastro rehizo su vida. Vive en la casa que compartió con la madre de Mariano, una vivienda que la municipalidad y el propio esfuerzo materno lograron transformar en un verdadero hogar. “Hoy, él vive ahí con su nueva pareja, mientras mi mamá está internada y nosotros sobrevivimos como podemos”, dice Mariano. El terreno, legalmente, está a nombre de la familia del padrastro, pero cada ladrillo, cada mejora, lleva la marca del sacrificio materno.

El precio del silencio

Mariano sabe que su historia no es única. “Esta es una de las 50.000 historias que hay en San Vicente”, asegura. El miedo, la vergüenza y la falta de recursos hacen que la mayoría de estos casos nunca lleguen a la justicia. “Por ahora no hay denuncias, pero pronto las habrá”, promete Mariano, que ha reunido testigos y pruebas para, finalmente, intentar que el dolor de su familia no quede impune.

El futuro incierto

Hoy, Mariano carga con una mochila demasiado pesada para su edad. “Tengo que hacerme cargo de mi hermano, de mi mamá, de todo. Y mientras tanto, él sigue libre, haciéndose la víctima, como si nada hubiera pasado”, lamenta. Pero no baja los brazos. Sabe que contar su historia es el primer paso para romper el silencio y quizás, algún día, cambiar el destino de otras familias que viven en las sombras.